Este es mi tributo a la ciudad en la que tengo el privilegio de vivir hace más de 20 años. Cuando llegué acá, lo primero que noté es una diferencia con respecto al resto de las ciudades de la serranía del Ecuador. Cuenca me parecía otro país. De hecho, alguna vez lo fue. Impulsados por los ideales libertarios, el 3 de noviembre de 1820 se configuró la gesta independentista que culminó en la Constitución de la Republica de Cuenca. El artículo 2 de este cuerpo legal que duró unos pocos días, dice, alumbrando como un faro perenne: “Cuenca es y será para siempre una provincia libre e independiente de toda potencia o autoridad extraña, sin que en ningún caso deba ser subyugada por su voluntad”. Estoy de acuerdo con Monseñor Luna, cuando afirmaba que hay una composición diferente en el mestizaje cultural austral. La antigua Guapondeleg cañari, la Tumipamba inca, la Cuenca mestiza, históricamente muestran ese permanente rasgo de autonomía. Y más allá de su conflictividad interna, Cuenca ha logrado establecer un modelo de gestión propio, lo vemos ahora en las instituciones políticas-municipales que la ciudad ha logrado conformar. También en las instituciones educativas, las instituciones económicas, o las instituciones benéficas de la sociedad civil. A los cuencanos y cuencanas nos unen más cosas de las que nos separan, y la última muestra de ello es el llamao 5to Rio. La participación decidida de la gente en defensa del Agua no deja de conmover. Esa expresión unitaria quizá nos permita retomar la brújula de la democracia, de la justicia, de la libertad, de la mano del pueblo. Entonces en esta ciudad, más allá de todas las cosas bellas que tiene y que pueden verse a simple vista, existen elementos culturales y políticos para valorarla profundamente, y actualizar aquella metáfora, ser la Atenas del Ecuador, sí, precisamente por su prestigio intelectual, pero también por la expansión de sus ideales cívico-democráticos, puntales que deben continuar sosteniendo y guiando su desarrollo ecológico, humano y social. (O)