El alcalde en los tiempos de la cólera

Políticamente, mal le está yendo el alcalde Cristian Zamora. Si su intención es reelegirse, está friendo canguil con sorbete.

Es temperamental, fogoso, dicen. Las palabras le fluyen a la par con la adrenalina. Como que no controla sus emociones. Pero es su forma de ser.

Ecuador ha tenido y tiene políticos a los cuales la cólera se les desparrama con la misma velocidad con la que la sangre acude a la mínima herida. A no muchos, con una altísima dosis de vanidad, aquella vanidad que genera el ejercicio del poder, no importa si desde la presidencia de la república, de una curul de la Asamblea, de una Alcaldía o Prefectura, y hasta desde una concejalía.

La cólera es mala consejera. Quien la controla, gana una batalla consigo mismo. Si es un político, con mayor razón. Si no lo puede, un buen paso es la psiquiatra. No será suficiente con tomar agua de valeriana o de pítimas; peor de creer que, como soy alcalde, o la dignidad que ostente, soy el rey, mi palabra se cumple, nadie está sobre mí, o hasta soy capaz de mostrar el pecho a las balas.

En los últimos días, los problemas, en especial con las comunidades rurales cuyos votos fueron claves para su triunfo electoral, aunque pírrico, por él mismo incubados le han desnudado sus costuras.

Ir desafiante a las comunidades rurales, o recibirlas con prepotencia, acallando a la gente, conminándola, ¡hombre!, solo se le ocurre a quien no sabe que, durante unos segundos, vale mascarse la lengua y respirar 20 o 30 veces; peor si está frente a una multitud que le reclama porque cree que sus decisiones están mal tomadas, no ha sido consultada ni informada y le golpea en sus bolsillos.

Le cuento. Tiempo atrás un gobernador del Azuay (+) asistió a una reunión en un cantón cuya población organizó un paro. Habló un campesino; pero aquél, gritándole le obligó a sacarse el sombrero porque estaba frente a la autoridad. El hombre, que hasta calzaba sus “7 vidas”, le respondió: “Usted también sáquese la leva y la corbata”. En la cara del mandón bien se podía freír un par de huevos.

A la hora de las elecciones poco le valdrán las obras que ejecuta. Ni siquiera las de la trinidad hospitalaria, adjudicadas a un solo suertudo. No necesariamente se transforman en votos. El pueblo castiga la prepotencia.

No olvide. Los sapos también ganan las carreras a los venados, por más que estos se ubiquen primeros en la línea de largada, en su caso, por medio de su equipo de propaganda, por ejemplo, afeando visualmente el parque Calderón.

Poder+la cólera=frustración. Como no sirvo para adular, considéreme su amigo, aunque lo haya visto solo un par de veces. (O)

Lcdo. Jorge Durán

Periodista, especializado en Investigación exeditor general de Diario El Mercurio

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